María Elena Reynaldos-Estrada
"Lo que pasó es que nos
estábamos
asfixiando en el “islote
intocado”
Luis Gonzáles de Alba
(Dirigente del Movimiento
Estudiantil)
Quienes
nacimos a la mitad exacta del siglo pasado (o un poco antes o un poco
después) andamos hoy por nuestra sexta década de vida (¡un poco
antes o un poco después!)... y -¡lo juro!- los que seguimos vivos,
podemos atestiguar que el México de antes del ’68 era totalmente
diferente a nuestro país actual. Podemos dar fe, sobre todo, de que
los jóvenes de aquellos tiempos éramos totalmente diferentes a los
de hoy. Ni mejores, ni peores, sólo diferentes, por una simple y
sencilla razón: nuestras circunstancias personales y sociales eran
otras.
El
Movimiento Estudiantil de 1968 en México y los movimientos de
protesta juvenil que se gestaron, prácticamente al unísono,en más
de 50 países alrededor del mundo tuvieron, con diferentes
expresiones y matices, un motivo idéntico: sacudir la rigidez y el
autoritarismo que imperaban en todas las esferas de la vida privada y
pública: la familia, la escuela, la política, incluso la religión.
Hasta en aspectos que históricamente se habían visto como
“naturales” los jóvenes empezábamos a percibir cada vez con
mayor fuerza el poder arbitrario de los adultos; en la moda por
ejemplo usábamos ropa muy parecida a la de nuestras madres y
nuestros padres, si acaso con colores ‘más juveniles’ (es decir
‘menos oscuros’) y hasta la ropa interior la comprábamos bajo la
supervisión de “los jefes”.
Si
en esos asuntos de la vida cotidiana nuestra voz no contaba, en otros
de importancia social ¡de plano no existíamos! Hasta 1968 la
mayoría de edad se alcanzaba a los 21 años, es decir que a los
jóvenes NO
se nos consideraba ciudadanos, en consecuencia no gozábamos de
derechos políticos… el del voto, por ejemplo. En casi todo el
mundo era la misma canción… por cierto, la música que empezamos a
adoptar como nuestra -el rock sobre todo- fue calificada de malévola
y perniciosa.
En
países desarrollados y ricos en los que no había pobreza extrema y
se gozaba de una vida democrática, la protesta se desplegó
fundamentalmente en contra de ciertos estilos de vida, de
convivencia social e internacional. Los jóvenes rechazaban la
sociedad de consumo, el racismo y la guerra (¡Amor y Paz!). En los
países subdesarrollados o “en vías de desarrollo” (es decir
pobres) y con una democracia de a mentiritas, México por ejemplo, el
movimiento se orientó hacia reivindicaciones relacionadas con la
antidemocracia, la represión, la pobreza, y la libertad de quienes
estaban presos por razones políticas.
Empezamos
por marcar nuestra raya entre nuestro mundo y el de los adultos;
comenzamos a vestirnos como se nos dio la gana: las mujeres nos
pusimos pantalones, los hombres dejaron de ir a la peluquería;
ambos –hombres y mujeres- nos colgamos collares de semillas,
cambiamos las mochilas por morrales (¡las mochilas “de antes”
eran horribles…!); dejamos de bailar en pareja y empezamos a
hacerlo colectivamente ¡dando saltos y alzando los brazos con plena
libertad! Sobre todo, con más ganas que ninguna otra cosa, los
jóvenes del ’68 alzamos la voz… en el comedor de nuestra casa,
en las aulas de preparatorias y universidades… y en las calles… y
muchos adultos, y ancianos también, se nos unieron porque algo de
todo aquello también les molestaba a ellos desde hacía años.
Pese
a que la represión del 2 de octubre nos llenó de dolor y provocó
que, por un lapso (no muy largo) las cosas –nuestras cosas-
caminaran como en cámara lenta, 1968 fue una época más festiva que
trágica, más de logros que de pérdidas… En México la democracia
tardó un poco en empezar a construirse (todavía estamos en eso),
pero con todo y los errores graves que evidentemente cometimos…
justamente por ser jóvenes, mostramos que éramos capaces de cambiar
el mundo… Y algo cambiamos, para nosotros y para los que nos
siguieron.
A mis alumnos de la Facultad de Pedagogía de la UV
A
los Jóvenes del ’68, los que murieron y los que aún vivimos